La red social con más de 500 millones de usuarios ha instalado prácticas que están modificando nuestro modo de relacionarnos socialmente, el modo de tratar lo privado y lo público, nuestra idea del yo, e incluso –tema de este escrito- la forma de vincularnos con la muerte. Inaugura así una metafísica donde lo otrora considerado “real” se debate en la interacción entre lo virtual y lo no virtual.
Desde la invención de Facebook en el año 2004 ha quedado muy claro que el modo de establecer lazos sociales está sufriendo un “giro digital”. Por supuesto que el invento de Mark Zuckerberg no ha sido el primero en jugar el juego de la amistad virtual. Ahora parecen experiencias más “moderadas”, cuando no “superadas”, pero sitios como My Space y Fotolog, por nombrar los más famosos en Latinoamérica, le han precedido. Sin embargo, la interacción virtual inmediata y colectiva entre redes de “amigos” es una práctica que se vuelve hábito y toma proporciones considerables con la aparición de Facebook.
Este magma virtual interactivo y demandante en el que nos relacionamos hoy, ¿cómo asimila la muerte del usuario? ¿Nos está proponiendo Facebook otro modo de relacionarnos con “la muerte”? ¿O nos da herramientas para negarla?
Cuando el amigo - Facebook muere
Los sitios de redes sociales en Internet nos permiten “ver” en exposición las palabras de las personas amigas, sus “pensamientos” verbalizados, pero también sus enlaces, fotos y comentarios. Lo que “le gusta”, los eventos a los que asistirá, los grupos de interés a los que se ha unido, entre otras cosas. Como espectadores interactivos y hasta co-creadores del perfil de nuestro amigo de Facebook, podemos – siempre que no nos haya bloqueado- añadir nuestros propios comentarios, etiquetarlo en fotos y videos, escribir en su muro y sobre todo: tener todo esto a disposición aún cuando nuestro amigo no esté conectado al sitio.
Ahora bien, supongamos que el usuario de Facebook ha dejado de existir. ¿Qué sucede entonces con su vida virtual ?
Cementerio digital
Facebook dispone de una estrategia para mantener en el sistema a los usuarios fallecidos. Se trata de la creación de una página conmemorativa, que tiene una serie de aplicaciones limitadas para preservar la memoria del difunto. Esto se hace efectivo en los casos en que los parientes o allegados del usuario muerto informen y den pruebas de que ha ocurrido el deceso.
Cuando se notifica que un usuario ha muerto, Facebook da opciones: o bien borrar el perfil, o bien mantenerlo como un memorial. En este segundo caso se bloquean secciones y se limita el uso de la cuenta (no se pueden añadir nuevos amigos, por ejemplo). También se deja sin efecto la instrucción de listar el nombre en las búsquedas o emplearlo para ofertar servicios de interacción social.
Se trata de un perfil de actividad póstuma. En él los allegados podrán escribir en el muro, subir fotos, videos, citar al difunto y comentar. El acceso a estos sitos es privado, limitado para allegados.
Los muertos “vivos”
El caso digno de atención ocurre cuando nadie denuncia al usuario fallecido. Es aquí donde la cuenta creada en Facebook es capaz de sobrevivir a su creador y prolongarse en interacciones diferentes, indefinidamente. Una suerte de inmortalidad new age. Y si hablamos de inmortalidad, me acuerdo de Borges, Jorge Luis; y del haiku nº 10 que aparece en La Cifra.
Hoy, quiero decir algo parecido: El hombre ha muerto, Facebook no lo sabe, sobrevive el usuario.
A menos que se informe sobre el deceso, para “el sistema” cada uno de nosotros es un usuario vivo, un potencial consumidor, una pagina activa, un dato para los diferentes buscadores sociales, publicitarios, laborales.
Pero ¿no es acaso esta exposición continuada el modus operandi de lo que llamamos “cultura”? A saber: así como las obras de innumerables hombres a lo largo de la historia han quedado circulando a pesar - o como consecuencia - de la muerte de su creador, en Facebook el usuario muere y deja publicado su “perfil”, una construcción textual y visual/digital al alcance de sus amigos de Facebook. En ese caso, en Facebook se practicaría sólo una exacerbación de la posibilidad de “trascendencia” que trae aparejado el hecho cultural de “publicar”. Lo que le acontece al creador de una cuenta de usuario cuando muere es que ya no puede desdoblarse en virtual / no virtual, sino que ha quedado confinado a la virtualidad por tiempo indefinido. Esto también pasa cuando se muere un autor, ha pasado siempre. Cosas parecidas ocurren con el libro, los artículos publicados, las películas o videos en los que aparecemos, las fotos.
Nos pongamos orgánicos: En el frasquito ha habido una germinación y poco importa que el poroto primigenio ya no esté a la vista.
En este sentido no somos nuestro usuario. No hay identidad entre el yo real y el usuario pues el que importa es éste último como vector de actividad web.
Para un sistema planteado como enlaces de subjetividades en constante reproducción y dispersión, el rastro estelar dejado por el usuario muerto es un ítem de búsqueda activa, una entidad googleable, una plataforma de interacción. Somos por tiempo indeterminado bytes generando vida web, hasta que un apagón nos separe.
*Muchas gracias a Clo Orqueda y Sole Mendilarhazu por el aporte de datos que fueron muy útiles para este ensayo.
*Muchas gracias a Clo Orqueda y Sole Mendilarhazu por el aporte de datos que fueron muy útiles para este ensayo.
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